Fascismo Canino

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Las recientes alusiones políticas y literarias al perro, agravian la amistad más antigua del hombre . . .


Por paradójico que parezca, nos hemos acostumbrado al fascismo de perros. La humanidad, traiciona su amistad más antigua cuando, lo vende,  lo entrena para matar o lo mata con estricnina; cuando lo abandona por millares en las calles o lo somete a pruebas de laboratorio, fecundas para la ciencia, pero que casi siempre resultan letales para el perro.

Nadie ha sido más calumniado, que el perro.

El hombre, es omnívoro por naturaleza. Desde una ballena hasta un escargot, pasando por las insoportables coliflores, los más extravagantes minerales y vegetales, sin dejar de lado su condición de depredador contumaz de sus propios congéneres. Sin embargo se habla de “hambre canina”. El articulista, por consideración con los niños que constituyen el grueso de su lectoría, se abstendrá de entrar en ciertas profundidades. Nos referimos en particular, a la imprecación ¡Perra! incluidos sus pretendidos descendientes en primer grado de consanguinidad. Otra  irritante injusticia.

Variaciones sobre el mismo tema. Regalarle a los perros de la ciudad los 100 mil dólares de un premio literario para, traficar con su cariño, posar de  provocador o echarnos en cara, que mientras más conoce a los caraqueños, más quiere a los perros, constituye una inadmisible falta de imaginación, porque Vargas Llosa, había hecho más menos lo mismo, al donarle el metálico del dicho reconocimiento al gobierno del Fidel Castro.

Todavía peor, cuando se mezcla a los perros con el sórdido mundo de la política; cuando para despotricar del supuesto adversario, se le llama “perro de presa” o “de la prensa”; cuando el autor del improperio ejerce funciones de jefe de Estado y cuando el calumniador es portador, pero sobre todo transmisor del deletéreo morbo del mal de rabia.

El perro, es un ilustre cruce de inteligencia y amistad, por lo mismo, la de los imbéciles, suele ser más incondicional que las amistades caninas

El sufrimiento de los, como el de Pavlov en aras de los avances de la humanidad, no es menos doloroso que su vinculación con, la lucha supuestamente revolucionaria, el exhibicionismo de un novelista mediocre o con otros asuntos vistos hasta ahora como mundanos.

Hace algún tiempo, por nombrar un caso, se constituyó en Estados Unidos, una liga de partidarias de la abstinencia sexual antes del matrimonio. “Acaricia a tu perro, no a tu novio”, es su lema, con lo cual, se induce a la práctica del bestialismo, pues por el “efecto demostración” sus seguidoras en Venezuela, quizá descubran que un pastor alemán –hombre o perro- es sexualmente más divertido que un marihuanero de los círculos violentos que se amamantan con el presupuesto del alcalde Bernal.

Sea como sea, la intrusión de los perros en la política o de la política en el ámbito perruno es una realidad. Si a los adversarios del gobierno se los ha clasificado entre las distintas razas de estas criaturas, es solo cuestión de tiempo la reacción de los perros oficialistas.

UNA REVOLUCION PERRUNA.  Un perro policía cualquiera, represivo y gobiernero, se sentirá con legítimo derecho a ocupar la presidencia del Ince, encabezar un plan de alfabetización y enseñar a ladrar y hasta levantar la pata a sus hermanos de traílla. Otro, faldero y reilón, a colmillo pelado, de las gracias de su amo, aspirará plaza en el ministerio de Educación, incluso, con invitación “personalizada” a los ¡ Aló, Presidente! donde exhibirá sus adelantos en mover la cola cada vez que escuche el primer chiste.

Si se trata de un “Fifí” de peluquería, ya ustedes  lo han adivinado: formalizará sus aspiraciones como Canciller de la “Revolución Animal”¿Ha pensado usted, en relación con su mascota favorita: “A ese animalito lo que le falta es hablar”? Pues si su deseo se cumple, lo ponemos en la cartera de Interior y Justicia, para finalizar con el perro de todos los perros, que no es otro que nuestro folclórico “perro cobero”, pretendido artífice, en cuatro patas, de la llamada “viveza criolla”, que ladra, no muerde y que la marcación compulsiva que hace de su territorio, con la señal de costumbre, no se corresponde con las epopeyas del Museo Militar y Fuerte Tiuna, cuando al primer disparo huyó con su legendario guindajo entre las patas.

El perro, el verdadero perro, el milenario perro, la pureza del universo. La  inocencia que te muerde la mano dulcemente. La amistad, en las malas y en las peores que no decae después de la muerte, porque profesa el dios de la lealtad cristalina. No queremos terminar nuestra crónica de este lunes, sin desagraviarte por tantas comparaciones que desdibujan tu inabarcable amor, a cambio de muy poco. Hagamos el amor, no la revolución. Paz y Perro.

 


© 2003 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio