El Síndrome "C"

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El articulista explica las misteriosas ausencias de algunos jefes de Estado . . .


 

  La reciente desaparición, por tres días consecutivos con sus respectivas noches, del señor presidente de la República, ha vuelto a plantear el tema de las razones que puede tener un jefe de Estado para incumplir sus citas y embarcar a sus partidarios de manera inmisericorde. Un político puede irse, ausentarse unas cuantas horas, días, meses o incluso años y alegar imperativos biológicos. Pero la mayoría de las veces el mutis, obedece a causas distintas.

Las fugas de Giscard D’Estaing, pasaron a formar parte de su leyenda. Giscard, como se dice, dejaba entendiendo a cualquiera.

 

Escribía su paradero en sobre lacrado para ser abierto solo en caso de emergencia y ¡zas! sin la parafernalia que le correspondía como jefe de Estado, se marchaba de incógnito, al volante, a toda velocidad, hasta su garçonier  más cercana. Es que la carne - y sobre todo el moflete - es débil. Además, Kissinger ya lo tiene escrito: el mejor afrodisíaco es el Poder.

Castro (Cipriano) alguna vez montó la farsa del abandono de la Presidencia. Algo que de alguna forma violaba el compromiso previo con sus partidarios. Sin embargo la razón subyacente, era otra. Humillar a su Vicepresidente. Vejarlo, ponerlo en su sitio, de recordarle, quién era el verdadero amo, cosa que le demostró cuando retornó al poder por la vía de la aclamación. Menos mal que el comandante Chávez no tiene necesidad de vejar a quienes se han vejado a sí mismos.

Castro (Cipriano, no. El otro, el que nos esquilma sin misericordia) también tiene una larga historia de desapariciones aparentemente fortuitas ¿Artimañas para someter a prueba a servidores de fidelidad dudosa? ¿Supuestos complots magnicidas que sirven para reprimir, para encarcelar a todo el que le viene en gana? ¿Provocaciones para que en Miami reviente la fiesta y sus adversarios dilapiden unos cuantos millones que de otra forma se utilizarían en una invasión? No nos atrevemos a sacar conclusiones definitivas. Pero el asunto es que a este último, la estrategia le ha funcionado por 45 años.

LAS EXCUSAS BOLIVARIANAS. Nosotros supimos, desde un principio, que en materia de excusas por inasistencias, las cosas no le iban a salir bien al comandante Chávez. Los lectores se servirán recordarlo. Este último, como Presidente electo, a comienzos de 1999, tenía  prevista una gira por Estados Unidos. Había expectativa. Además de estrenar la visa, que hasta entonces le negaba su condición de golpista, el itinerario incluía gestiones para obtener una posible audiencia en el Salón Oval. Pero cuando el viaje estaba a punto y la aeronave se encontraba, casi, en cabecera de pista, he aquí que uno de sus principales voceros, hizo el anuncio oficial que ha sellado su mala suerte con el gobierno norteamericano: “El Presidente  tiene diarrea”.

Un hombre que ordena a título de excusa, el empleo de palabra tan poco lírica se echa, a sí mismo, las siete cruces. Si a su cita inicial para pedir audiencia con Baby Bush, María Corina, no va, inasiste y por si fuese poco, alega justificación tan malsonante, no solo no la invitan más, sino lo que es peor: pierde su glamour sin remedio.   

Total, que nuestro Presidente en esta materia ha cavado su propia falta de credibilidad. Incluso, entre sus mismos partidarios. Si dice que no pudo asistir a una concentración celebrada en la avenida Bolívar porque fue a visitar a su menorcita, no faltará quien lo desmienta con el señalamiento que en su condición de galán, estaba pasándolo gordo en La Orchila. Si confiesa que estaba en esta última localidad, igual. Solo que en esta oportunidad, serán sus detractores quienes asegurarán que para pasarlo gordo, por necesidad, tiene que irse a La Habana.

NO ES LA PRIMERA VEZ. Parece mentira. Una de las principales generadoras de tal clase de embarques, son las llamadas depresiones nerviosas. Sin embargo son casos que han permanecido en secreto, a causa del preconcepto según el cual un Presidente, un ministro y menos un militarote, no deben ser presas de semejantes estados catalépticos.

Son las cuatro de una tarde cualquiera. Afuera, la multitud lo reclama a vítores. En el interior de un cuarto muy oscuro, un hombre semidesnudo, yace en la cama en posición fetal, usando como biberón uno de sus dedos pulgares. No habla, no come, tiene tres días sin responder llamadas y su único signo vital, es un movimiento a ritmo de mecedora. De nada le han servido el Halol, Ritalín y los supositorios de litio.

No ha sido víctima de algún secuestro, ni de ningún atentado dinamitero. Tampoco está muerto, ni se ha ido de parranda. Es el llamado “Síndrome de Cucurulo”. Algo así como un down, pero de pronóstico más reservado.

 


© 2005 Derechos Reservados - Dr. Omar Estacio