Los poderes judicial y
legislativo nacieron, también, con el mencionado estigma. La historia –casi
que prehistoria- tribunalicia registra el caso de Hilario Matos, ladrón de
gallinas (las adormecía con unas inhalaciones de azufre antes de cargar con
éllas), pendolista y enredador, que llegó a ocupar plaza como magistrado,
para desasosiego de sus justiciables. Un ejemplo que tampoco fue aislado. En
1854, Núñez de Cáceres, comentaba en su diario los nombramientos de ese año:
“Todos los jueces designados, si se exceptúan muy pocos, son la escoria de
la sociedad por su ignorancia, vicios y prostituciones”.
A mediados del siglo XIX,
tiempo al cual algunos imbéciles se empeñan en retrotraernos, los
parlamentarios acostumbraban a adquirir a precios viles de, viudas,
mutilados de guerra y demás desamparados, letras emitidas por la Tesorería
que después, revendían al Ejecutivo a valor completo. Tal era el quid pro
quo de un parlamentarismo servil, genuflexo, cultor a tiempo completo
del denominado “voto sobaquero” –con el perdón por la palabreja tan poco
lírica, pero la historia es la historia- a mano alzada, deliberatorio con
las axilas, en lugar de utilizar las neuronas. Ya pueden dormir tranquilos
nuestros actuales diputados: no han sido, ni los únicos, ni los primeros,
aunque rogamos que sí sean los últimos en materia de poca autonomía y mucha
obediencia perruna.
Con todo, era una
corrupción diríamos que artesanal. El “juez” Matos se ocupaba de lo suyo:
las gallinas y la administración de justicia. En cuanto a los congresistas
gobierneros, se circunscribían a las mencionadas reventas. A ninguno de
éllos se le habría ocurrido, constituir empresa con 1.500 gandolas para
acaparar a través de un hermano, los fletes de Mercal y al mismo tiempo,
como un hombre orquesta, cobrar comisión por, las colocaciones bancarias,
por las compras de unos fusiles rusos, por el traslado de las reservas de
Estados Unidos a Suiza, por la expedición de dólares de Cadivi, por el
tejemaneje con el canje de deudas china, uruguaya y argentina, a la vez de
ir pegao en la adquisición de equipos médicos a través de Cuba, de
modo que una negociación que apesta, no se toque ni con el pétalo de la
mirada benevolente del buen Clodosvaldo y aquí, llegamos adonde no queríamos
llegar:¿Quién es el “Pimentón Bolivariano”?
LOS GUISOS. “No hay guiso sin pimentón”.
Eso lo sabe cualquier lector de Armando Scannone.
Existe una verdadera
polémica, sobre el pionero en malinterpretar el legado culinario recopilado
por don Armando. Durante la gestión del poeta José Ramón Medina al frente de
la Contraloría General de la República, se editó una valiosísima
investigación de Carmen Gómez R. en la que, sin decirlo de manera expresa,
la autora señala a Pedro Obregón como el primero en industrializar el
cohecho. Pero hay quien señala a un tal Planas, senador y comerciante, que
aunque no fue procesado como Obregón, era tan o más polifacético en lo que
se refiere a multiplicar las modalidades de enriquecerse a la sombra del
Estado.
El tema ha recobrado
actualidad porque días atrás, el señor Presidente utilizó el remoquete del
Pimentón, para atacar a cierto adversario. Algo que otorga licencia para que
su gobierno se analice a través del mismo cristal, porque al final, quien a
hierro mata, tampoco puede morir a sombrerazos.
¡POR ALLA FUMEA ! Son las 12:00 m. La
caminata oficial se desplaza por la esquina de Carmelitas rumbo a Miraflores.
Creo haber escrito sobre tal personaje. Se trata del anciano retorcido y
malamañoso, integrante del muy alto gobierno. Otra vez, va colgado del brazo
de su jefe. De pronto, una voz anónima logra colarse a través del enjambre
de espalderos cubanos que velan por la seguridad de ambos prohombres de la
revolución:
- ¡Ahí va “El
Pimentón Bolivariano”!
- ¿”Pimentón
Bolivariano? ¿Y con quién será eso?
- Lo de
“Bolivariano” es conmigo, mi comandante.
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