Los intolerantes no perdonan a quienes vivimos al
otro lado de sus verdades. De sus verdades. Algunas pocas veces los sueños,
casi siempre sus ambiciones, son los falsos dioses que erigen para la
condena de todos los que renegamos de la idolatría.
Puesto que todo integrista se tiene por universal,
echa a volar sus dogmas mas allá del estrecho confín de su respectiva
parroquia. Puesto que se jacta de indoblegable, los designios que le ha
deparado la providencia cuentan con el aliado formidable de su
reincidencia. Puesto que se piensa prometéico, su moralidad, su decencia,
incluso su higiene personal, pueden posponerse so excusa de la redención
final de la patria, del continente y aún de la humanidad completa.
Si mata, no comete crimen, sino que envía ángeles
para que se posen a la diestra de Dios Padre. Si roba, no se enriquece,
sino que redistribuye mejor la riqueza. Si viola, si incendia, si engaña,
será en nombre del cielo, de la revolución o del vellocino de oro,
mientras discurre el tránsito hacia la salvación en la que sirve de guía.
Jamás se han tenido noticias de un profeta que
acepte que la nuez de su misión en este mundo, es la infelicidad, la
pobreza, el desempleo, la contaminación ambiental, las hambrunas, las
pestes o la extinción definitiva de quienes está supuesto a servir como
redentor. Se sospecha de los bandoleros convictos de crímenes y rapacerías
tenidas como ordinarias. Al final no dejan de ser hasta inofensivos. Ni al
caco mas desalmado, ni al forajido mas contumaz, podrían imputarse una ínfima
parte, de las tragedias provocadas por los autonombrados salvadores a lo
largo de la humanidad. Al contrario, los pocos intervalos lúcidos de ésta
ultima, de progreso, de prosperidad, de bienestar, se le deben a las
cortas temporadas de sequía de redentores.
Prefiero marcar distancia de aquel que se proclama
dispuesto a entregar su vida por una convicción. La promesa de morir por
una idea, lleva en su interior, la coartada del crimen para mantenerla en
alto.
Los mayores perseguidores, se reclutan entre los mártires
que al fin de cuentas, evadieron morir decapitados. No hay individuo mas
peligroso que el que se atribuye - con exageración, como corresponde a
todo profeta - haber padecido por una creencia. Dime de que sufrimiento te
jactas y te diré de cuantos garrotazos eres capaz de aniquilarme.
En el momento en que comenzamos a despreciar la
duda, surge el intransigente que todos llevamos dentro. La búsqueda de
una verdad y la inconmovible convicción de haberla hallado, son los
caminos que conducen, puñal en mano, a la firme resolución de
sostenerla. Prefiero a un esceético o un holgazán, que un apasionado
de jornadas sin descanso, por la obsesión de transmitirnos la voz que le
ha llegado del cielo.
NO CANTAR VICTORIA. Derrotar a un fanático, no
necesariamente se traduce en victoria. Siempre se corre el riesgo de
parecernos al monstruo que combatimos. Le ocurrió a los bárbaros.
Terminaron por asimilar la cultura romana, una vez que lograron doblegar a
sus oponentes.
El único que hay que cultivar, el único que vale
la pena fortalecer, alentar, enseñar en las escuelas, es el fanatismo por
no ser fanático.
Aparte de la larva de odio, de criminalizar la
disidencia humana, de reprimirla, de dividir la sociedad en la cual se
agita, los profetas iluminados deberían ser procesados, por aburrirla,
por obligarla a hablar y pensar en ellos como toda fuente de
acontecimientos Lo mismo a sus seguidores que a los calificados como apóstatas
de la nueva fe. En mi hogar, he dispuesto de un horario cerrado, para
renegar de los fanáticos de la comarca. Fuera de él, solo se puede
charlar de literatura, música, filosofía, de deporte profesional, y
hasta de telenovelas. De todo, menos de las tropelías de los iluminados
aludidos en el presente artículo.
ARMAS DE LA BATALLA. Es imposible derrotar al
fanatismo, con fanatismo, como lo es también combatir la inmoralidad con
la desvergüenza. Será siempre partícipe del bando triunfador, si se
incurre en el error de solicitarle su auxilio para lograrlo.
Es nutritivo reirse, burlarse un poco de la
intolerancia ajena - y de la propia también. Respire lenta y
profundamente. Suelte una buena carcajada ante la evidencia de tamaño ridículo.
Repetir una y otra vez, hasta que se esté seguro de una buena oxigenación
del cerebro.
No es suficiente para proscribir el fanatismo. Pero
por lo menos ayuda.
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