¿El
hecho de haber sido capturado in fraganti, cerrará el camino para que
este atleta dominicano ocupe un nicho
en el Salón de la Fama reservado de manera rigurosa para los
verdaderos inmortales?
Conviene recordarlo. Por
mucho menos que eso, Juan Marichal
quedó execrado, en la práctica, de los libros dorados del pasatiempo.
Ocurrió en medio de una reyerta. Claro, son episodios con distintos
matices, Marichal en lugar de colocarle corcho al madero, le pegó con el
madero por la cabeza a Jhon Roseboro, aquel negrito simpaticón, catcher
de “Los Angeles”, que alguna vez también brilló en Venezuela, como
refuerzo del “Caracas”.
UN
UNICO CULPABLE. Sin averiguaciones de ninguna naturaleza. Sin llamar a los
árbitros que intervinieron en el partido, para que rindan su
correspondiente informe ¡Al demonio con los videos, tomas en cámara
lenta y el testimonio de los 45.513 parroquianos que esa tarde plenaban el
graderio del Wrigley Field de Chicago.
El
cronista, como un José Vicente cualquiera después del llamado Catiazo,
tiene el nombre y apellido del sospechoso en primera instancia, en este
caso del bate envenenado. Es el mismo reincidente de siempre, dicho sea de
paso. Me refiero a Oscar Prieto Párraga, lector irascible de las presentes
crónicas, gerente general de los “Leones del Caracas” y quien para
todo caraquista que se precie de su condición - el articulista uno de
ellos- es el culpable de-toda-vaina
ocurrida y por ocurrir en el mundo del
deporte. Desde unos nueve ceros ante el “Magallanes", hasta la derrota
de la selección de Venezuela en un preinfantil de fútbol, pasando,
por supuesto, por la falta gravísima o simple pecadillo, según
como se lo mire, cometido por Sammy Sosa.
EL
RENDIMIENTO DE LOS PELOTEROS. Los factores
que gravitan en torno al rendimiento de los peloteros, siempre han
abonado el terreno de la polémica. En el caso de los bates envenenados,
por ejemplo, Robert K. Adair, profesor emérito de física de la Universidad de Yale, en The
Physics of Basebal (ed.Perennial,
2002, página 138), niega de manera rotunda que introducirle corcho al
citado implemento, represente ventaja significativa. “Incluso si el
relleno es elástico - escribe Adair- su energía no puede ser transferida eficientemente al bate en los 0.6-milisegundos que demora la
colisión bate pelota”.
Otros
especialistas, hablan de cierto código no escrito que condena a sus
infractores a pasar meses en la banca, tránsito doloroso al retiro
definitivo. Un pitcher que está dando nueve ceros, por poner un caso, jamás
pisa la raya de cal cuando va o viene desde o hacia el dogout. Un
jiteador, que está sobre los .300 no se
rasura, no se baña, ni permite que lo fotografien.
¿Se
divorció, Joe Di Maggio de Marilyn a causa de aquella escena de “La
comezón del séptimo año” en la que la diva apareció en ropa interior
a la salida del subway? ¡Pamplinas! Cualquier aficionado promedio, sabe que
Di Maggio durante su cadena de 56 juegos consecutivos conectando
imparables, se negó, por cábala, a cambiarse de calzoncillos, así que
la señorita Monroe decidió mandarlo con su música y sus calzoncillos,
incluido el bate, para otra parte.
Cuando
hace cuatro años Sammy Sosa vino a Venezuela, le lanzamos nuestra voz de
alerta, ¿prestarse a la farsa de dejarse ponchar por un pitcher
mofletudo, con esteatopigia, que cuando se encuentra en el centro del
“diamante”, en lugar de un partido de pelota uno cree que está
presenciando la danza de “La Burriquita” y que
por si fuese poco, tiene
una recta que no califica ni para sofball,
categoría de veteranas?
Ni
siquiera las divinidades tutelares más conspicuas de la macumba de San
Pedro de Macorís han logrado romper el maleficio por tal ofensa al beisbol.
Peor cuando el frustrado atleta hace jactancia de amistad con el pelotero
y amenaza “con el bate de Sammy Sosa”.
Un
bate no se envenena cuando se le introducen algunas onzas de corcho. Ya lo
dictaminó el profesor que citábamos al comienzo. Ya lo dictaminó el profesor que citábamos al comienzo. Un bate, un pelotero, como un ser humano
corriente, se envenena, se degrada, se envilece, cuando se pone al
servicio de determinado granuja.
Ya
lo ve usted, primera vez que relevamos al señor Prieto Párraga de la
culpa de algún descalabro deportivo. Pero eso sí. Tampoco es para que se
acostumbre.
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