Cree uno que este gobierno pendenciero ha perdido,
casi todos los sentidos y que la hora final no le va a llegar, por la
vista, sino por el olfato, que es nuestra única y mejor manera de
orientarnos. El tacto, se le ha quedado sin huellas digitales, de contar
dinero negro del plan Bolívar, del FUS, del Banco de Pueblo. Los ojos y
el oído, estragados por tanta hojarasca parlanchina y en cuanto al gusto,
no lo tuvo nunca, a no ser por el de meter mano en el Tesoro Público.
Lo más llamativo de esa falta de orientación, de
carencia de olfativa gubernamental que lo condena a sumirse en pendencias
casi siempre estériles, lo encontramos en la reciente compra del Air
Bus Presidencial.
Casi 4/5 partes de los venezolanos sufre el hambre
como una metafísica, como una estética, como si el hambre fuese una
estación del año, que se le pasó a Vivaldi. Pero con semejante
porcentaje de depauperación, he aquí que los contribuyentes tenemos que
pagar IVA, débito bancario y soportar los efectos devastadores de una
maxidevaluación, para reunir los 60.000 millones de bolívares que cuesta
la aeronave. Lejos de exhibirlos como modernizadores, el aparato último
modelo, presenta a nuestros gobernantes como lo que son: unos tarambanas
que derrochan las exiguas finanzas públicas, mientras el grueso de los
que mueren de mengüa, reciben los mendrugos de la renta petrolera.
LOS ACCESORIOS ESPECIALES. Sea como sea, el avión
va. O mejor dicho, viene. El feliz -o mejor dicho, el infeliz- pasajero
aguarda el momento más propicio, para que el arribo se produzca en medio
del mayor sigilo. Una manera de evitar que los oligarcas -de la prensa, en
especial- carcomidos por haberse visto relegados a la ignominiosa
condición de viajeros en líneas comerciales, no le den rienda suelta a
toda clase de cálculos presupuestarios sobre el número de escuelas,
hospitales, de pago maestros, de cultura, que se podrían haber invertido
en lugar de gastarlos en un juguete tan extravagante.
Por supuesto que el carácter de semiclandestinidad,
le suma valor agregado a las especulaciones. La seguridad de la aeronave,
entre ellas. Según leemos en unos reportajes publicados en este mismo
diario, el bimotor, constituye un alarde tecnológico en eso de la
protección a los jefes de Estado. Porque al sistema de eyección,
paracaídas, kit de tranquilizantes, atroverán, salvavidas,
oraciones al Negro Antonio y al Zumbón, provisión de pañuelos para la
sudoración, el jet agrega un piloto automático que en caso de un ataque
de sorpresa, conduce al pasajero directo al Museo Militar.
- ¿Un jacuzzi como parte de equipo de seguridad? -
dudaba un conocido, que dragonea como supuesto experto en aeronáutica.
Sí, porque a 40.000 pies sobre el nivel del mar, el
miedo es más libre que en tierra firme y en circunstancias extremas, los
accesorios de la sala de baño de un avión convencional, pueden resultar
insuficientes tomando el cuenta el curriculum del pasajero.
Por si fuera poco, este verdadero palacio del aire
es a prueba de jet lag. Los lectores me disculparán una breve
digresión sobre este fenómeno. Se trata de un primo hermano del mal de
páramo. Al final, de consecuencias similares, vale decir, la
multiplicación al cubo de la imbecilidad de ciertos pobres de espíritus
sometidos a aumentos súbitos de altura. Lo mismo un peón alzado, que por
esas arbitrariedades del destino accede a una jefatura, Civil o de Estado,
que un viajero frecuente profesional que pasa días y a veces quincenas,
en idas y venidas sobre el Atlántico.
Un usuario de un Air Bus último modelo, por muchas
que sean las horas de vuelo, jamás tratará de "tu" al
Emperador del Japón, ni de solo tocar tierra, le dará por manosear a la
Reina de España, con el subsecuente desprestigio al gentilicio. Me
perdonarán los detractores más recalcitrantes del gobierno, si la cosa
funciona como lo anuncian los fabricantes, pienso que con este solo
aspecto la inversión se pagará sola.
Al momento de escribir la presente crónica,
restaban algunos detalles para el recibimiento del aparato. Uno de ellos,
quién desempeñará el cargo de "Tatú". Después de descartar
algunos autopostulados, el nombramiento recayó en el generalote
cuatriborlado. "Es que es el enano más grande del mundo" nos
respondieron cuando indagamos por qué un individuo de 1,95 de estatura
asumirá tal responsabilidad en nuestra "Isla de la Fantasía".
OTRA VEZ RILKE. La fina pituitaria del poeta, nos
enseñó cómo se apaga el aura de una princesa batida por el mar. Con
Rilke, sí que se terminó un mundo. Con estos chapuceros, no termina ni
comienza nada.
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