Si ya el hecho de
disfrazarse apunta hacia la ordinariez, hacerlo de mujer – en el caso de un
varón - colma todas las decepciones. Un hombre que adopta semejante
conducta, además de alimentar sospechas, suele ser espejo de falta de
originalidad y pésimo gusto.
- ¿No te parece medio
gay, Francisco Johnny, con ese disfraz de geisha?
- En lo de gay
prefiero no opinar, ahora, yo nunca he visto una geisha con la contextura
de un hipopótamo…
Por lo general, los
disfraces son incómodos, costosos y no engañan a nadie, pues ninguno es lo
suficientemente imbécil para creer, en pleno corazón de Caracas, que está
ante Napoleón Bonaparte, un beduino o el jefe de una tribu siux. Aparte de
todo, si son de alquiler, se corre el riesgo de contraer algún sabañón
colocado, ahí, como quien no quiere la cosa, por alguno de los 100 o 150,
anteriores arrendatarios del atuendo. Únicas excepciones en las cuales
disfrazarse no constituye una estupidez, ni un peligro para la salud.
Primera excepción: en los menores de cuatro años. Segunda excepción: que el
disfraz sea de Lina Ron; que el baile de disfraces se celebre en los salones
del Caracas Country Club y que no se trate de un disfraz, propiamente
dicho, sino que sea la señora Ron, en persona, que en una confusión del
portero, se ha colado para crear un caos en el culebrón.
EN LA MONTAÑA.
Otras de las conductas, propias de esta época, no menos atentatorias contra
el medio ambiente, el buen gusto y la convivencia pacífica, son las
adoptadas por los vacacionistas. De las perpetraciones en playas y demás
zonas costeras que cercenan de manera irreparable el derecho al descanso y
al sano esparcimiento de todo integrante del género humano, ya hemos escrito
bastante en Carnavales anteriores. Sin embargo, de manera inexplicable se
nos habían quedado en el tintero las obligadas referencias a los
montañistas. Una injusticia, que prometemos reparar en esta y en sucesivas
crónicas.
La excursión a la
montaña, es un medio, no un fin. Algo que conviene recordarles a los
supuestos amantes de las zonas elevadas. Al paso que vamos, algunas familias
se verán obligadas a trasladarse a la sierra o al pico más cercano en
camiones de mudanza. En otro tiempo, pasar un día en “El Junquito”, “La
Colonia Tovar” o subir a “El Ávila”, consistía en caminar un poco, comer
otro tanto pero sobre todo, lo dicho, pasar un día y quizá, apenas unas
cuantas horas. No había necesidad de cargar con cavas de comida y hielo
seco, vasos y cubiertos desechables, lámparas de keroseno, sleeping bags,
carpas de campañas para instalarlas en lugares donde de ninguna manera
existen las facilidades para ello y que por lo mismo, acaban por convertir
un bucólico paraje, en mingitorio, incluidas las “necesarias” de “Rambo” el
feroz rottweiler de la familia “porque tampoco podíamos dejar el
animalito, encerrado en el apartamento”.
¿Qué sensación especial
produce horadar la vegetación, hasta entonces virgen o semivirgen con las
nuevas picas abiertas con la mountainbike del desobediente de
Freddywilliams? ¿Cuáles son los espasmos de placer que desencadena escuchar
música - de rock o de vallenato, lo mismo da- a 3.500 metros de altura, a
razón de 8.99 decibeles en lugar de hacerlo en una discoteca? Habrá que
consultárselo a Freud.
Montañista que no es
amante de la carne a la parrilla no es montañista. Si el condumio se cuece a
fuego lento en un anafe improvisado, de forma que después de la comilona
queden esparcidos los rastros de cenizas, brasas y carbón, más poético
todavía, hecha la acotación de la creciente popularidad del carbón vegetal,
más inflamable que sus equivalentes, y por consiguiente, más proclive a
provocar incendios forestales.
INSISTO: en
este tipo de temporada nada mejor que quedarse en casa y en cuanto a lo de
disfrazarse ¡ jamás! salvo que sea en el aeropuerto de Maiquetía, para
escaparse de una prohibición de salida dictada a causa de decirle al
gobierno, lo que se merece
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