Chaladura

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Esto de no poder analizar desde el punto científico unas taras mentales inocultables, constituye una censura previa sin ningún efecto práctico . . .


 

  El Ministerio de la Salubridad, o como se llame, ha prohibido a los psiquiatras venezolanos, hacer declaraciones públicas sobre la salud  mental del señor Chávez. Algo que expone a los infractores a las sanciones más sañudas, porque más allá que un burócrata carezca de facultades legales para emitir tal especie de órdenes, lo cierto es que los galenos del patio tendrán que abstenerse de llamar al pan, pan y al vino, vino en tal materia, so pena no digamos de ser suspendidos en el ejercicio de sus profesiones, sino de recibir una visita del Seniat, alguna regulación de sus honorarios médicos por el Indecu, sin contar con la temible ocupación cubana de las clínicas privadas por parte de un gobierno cuyos hospitales públicos están hechos un desastre, pero que pretende arreglar los únicos centros de salud que funcionan o medio funcionan.

 

En realidad, esto de no poder analizar desde el punto científico unas taras mentales inocultables, constituye una censura previa sin ningún efecto práctico. La sabiduría popular, más que cualquier congreso o simposio médico ha hecho numerosos aportes para diagnosticar las diferentes chaladuras en sus diferentes grados e intensidades.

Loco de carretera, según las preferencias del aludido por la velocidad a más de 200 kilómetros por hora, contempladas desde el hombrillo de una autopista. Loco de cabullita, para aquellos casos que reclaman la necesidad de amarrar al paciente a la pata de su cama clínica. Loco de brinquito, de acuerdo con las intermitencias o los estados espasmódicos que registre el afectado.

 Loquito, así en diminutivo, es término que se asimila lo que los psiquiatras llaman borderline, de la más alta peligrosidad, porque son capaces de mimetizar el flagelo o hacerlo aparecer como de menor monta hasta que desencadenan una tragedia colectiva, lo mismo al volante de un autobús o como primeros de a bordo en una jefatura civil o en cualquier otro  nivel de un gobierno. Loco de metra, locote, locatel y locomotora, son clasificaciones vox populi,  según los matices de frecuencia, furia, redondez absoluta de la filtración en la azotea o compulsión de tomar café y fumar encapillado cigarrillos con filtro al filo de la medianoche, como lo acostumbra a hacer el individuo a quien, ahora, se pretende poner a salvo de las anteriores clasificaciones.

Loco de alto octanaje, describe la muy difícil situación que se presenta cuando para coger mínimo, el susodicho se ve en la necesidad de ingerir elevadas dosis de litio, cortisona, Halol, Haloperidol, Ritalín y Zeconal Zódico escanciadas con rinquincalla y Caballito Frenao último recurso para contrarrestar sus voladoras mentales y sentimentales.

La fuerza del loco, es quizá, una de las expresiones más agudas que hay que abonarle al ingenio criollo. Es sabido que para dominar las pataletas de un individuo calificado como “de metra”, se necesitan diez mozalbetes vigorosos, sin que importe que infeliz tenga la talla, peso y contextura de un jockey de caballos de carreras. En el plano intelectual esto de la “fuerza del loco” se manifiesta por cierta originalidad, inventiva y extroversión, que algunos consumidores y hasta votantes –para su desgracia- confunden con la genialidad y el carisma. Allí reside la explicación de la pasajera popularidad o aceptación de algunos locos de carretera en su papel de fundadores de sectas, vendedores de productos contra la calvicie, líderes políticos y hasta sedicentes revolucionarios.

Queda, pues, complacido el obsecuente funcionario que no desea que los psiquiatras nombren la soga en la casa del ahorcado. Una prohibición que no va con nosotros, diletantes en la materia, apenas, pero que no quisimos desperdiciar esta oportunidad para comentar los distintos matices de la chaladura de un sujeto que no aguanta ni un encefalograma.

 

© 2007 Derechos Reservados - Nelson "Lonpleipelúo" Ramírez