En realidad,
esto de no poder analizar desde el punto científico unas taras mentales
inocultables, constituye una censura previa sin ningún efecto práctico. La
sabiduría popular, más que cualquier congreso o simposio médico ha hecho
numerosos aportes para diagnosticar las diferentes chaladuras en sus
diferentes grados e intensidades.
Loco de
carretera, según las preferencias del aludido por la velocidad a más de 200
kilómetros por hora, contempladas desde el hombrillo de una autopista. Loco
de cabullita, para aquellos casos que reclaman la necesidad de amarrar al
paciente a la pata de su cama clínica. Loco de brinquito, de acuerdo con las
intermitencias o los estados espasmódicos que registre el afectado.
Loquito,
así en diminutivo, es término que se asimila lo que los psiquiatras llaman
borderline, de la más alta peligrosidad, porque son capaces de
mimetizar el flagelo o hacerlo aparecer como de menor monta hasta que
desencadenan una tragedia colectiva, lo mismo al volante de un autobús o
como primeros de a bordo en una jefatura civil o en cualquier otro nivel de
un gobierno. Loco de metra, locote, locatel y locomotora, son
clasificaciones vox populi, según los matices de frecuencia, furia,
redondez absoluta de la filtración en la azotea o compulsión de tomar café y
fumar encapillado cigarrillos con filtro al filo de la medianoche, como lo
acostumbra a hacer el individuo a quien, ahora, se pretende poner a salvo de
las anteriores clasificaciones.
Loco de
alto octanaje, describe la muy difícil situación que se presenta cuando para
coger mínimo, el susodicho se ve en la necesidad de ingerir elevadas dosis
de litio, cortisona, Halol, Haloperidol, Ritalín y Zeconal Zódico
escanciadas con rinquincalla y Caballito Frenao último recurso para
contrarrestar sus voladoras mentales y sentimentales.
La fuerza
del loco, es quizá, una de las expresiones más agudas que hay que abonarle
al ingenio criollo. Es sabido que para dominar las pataletas de un individuo
calificado como “de metra”, se necesitan diez mozalbetes vigorosos, sin que
importe que infeliz tenga la talla, peso y contextura de un jockey de
caballos de carreras. En el plano intelectual esto de la “fuerza del loco”
se manifiesta por cierta originalidad, inventiva y extroversión, que algunos
consumidores y hasta votantes –para su desgracia- confunden con la
genialidad y el carisma. Allí reside la explicación de la pasajera
popularidad o aceptación de algunos locos de carretera en su papel de
fundadores de sectas, vendedores de productos contra la calvicie, líderes
políticos y hasta sedicentes revolucionarios.
Queda,
pues, complacido el obsecuente funcionario que no desea que los psiquiatras
nombren la soga en la casa del ahorcado. Una prohibición que no va con
nosotros, diletantes en la materia, apenas, pero que no quisimos
desperdiciar esta oportunidad para comentar los distintos matices de la
chaladura de un sujeto que no aguanta ni un encefalograma.
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