¿Cierto afeite digital, de esos que lo hacen aparecer a uno, con o
sin papada, con mohín de genio o con sonrisa de vaca embarazada, como en
este caso, según las simpatías o antipatías del retocador de guardia?
Tampoco.
Una imagen dice más que mil palabras. Así que aparte de veraz, se
trata de una gráfica oportuna. Basta mirarla, para que cualquier
incrédulo se convenza de que tenemos lo que tenemos.
Lo bueno y lo feo. Modestias aparte, los venezolanos, somos
muy buena gente. Pero hay que reconocerlo. También tenemos defectos.
Impuntuales, bochincheros, confianzudos, olvidadizos, inconstantes y poco
respetuosos de las normas. Desde las constitucionales hasta las
reglamentarias, pasando, por las de tránsito terrestre y en muchas
ocasiones, por las de salvaguarda de la tesorería pública.
Otra de las máculas que debemos
agregar a la referida lista, es cierta confusión de la gimnasia
con la magnesia:
- Aló ¡Hola, mi amor, te reconocí la voz! ¿Podrías volver a
llamarme mañana, gordito?
- Mire, señorita, no creo en su amor por el solo hecho de
hablar con usted por novena vez, por teléfono y en forma no muy amistosa,
dicho sea de paso. Aparte de todo, dígale al dueño de ese taller mecánico
que yo solicité sus servicios profesionales, no para que amen, ni para
que me llamen “gordito”, sino para que me reparen mi automóvil ¡Y rápido!
Cuando se dragonea sobre el tema de la idiosincrasia se corre
el riesgo de incurrir en las odiosas generalizaciones. De manera que
llegado al presente punto, es necesario hacer ciertas salvedades.
Así como cada venezolano tampoco está condenado al determinismo
cromosómico de reunir, una
a una, las fallas enumeradas, se da el caso excepcional de un único
sujeto, de esos que nacen cada 500 años, que concentra entre pecho y
espalda, la totalidad de los defectos de la venezolanidad -habidos y por
haber- y lo que es peor, sin
el menor atisbo de las numerosas virtudes que también adornan el
gentilicio.
Nuevo papel. Alguien desde muy chicos nos inculcó una creencia que
se exacerba cada cierto tiempo. Es otra falla de la nacionalidad. Se
refiere al mito que somos un país rico. Lo vivimos con el recordado ‘ta
barato dame dos y ahora lo sufrimos con el ’ta barato toma tres,
alma gemela de la desubicación total en nuestras relaciones
internacionales, que agregamos al inventario contenido en la presente crónica.
Nada personal, valga la aclaratoria. En esto de ejercer la
diplomacia lo que cuenta son los resultados. Bienvenida, si se consigue,
una rebaja arancelaria, aunque dudamos que se obtenga alguna, con ese
dedote índice zurdo, puyándole la barriga al jefe de Estado que conoció
la noche anterior o con “una de velocidad” ante alguna Primera Dama. A
saber: “¡Eh, ah, caramba, señora Da Silva, qué contenta se le vé. Se
nota que el Luiz Inacio anoche le dio lo suyo!”.
Todavía
más oneroso, es eso de convertirse en San Nicolás internacional,
para que le celebren los chistes, sentirse líder del movimiento
antiglobalizador o cruzado de la batalla contra el FMI. Al final, para que
apenas voltee, sus presuntos aliados o beneficiarios, lo conviertan en
blanco de las burlas y los remoquetes más crueles.
Escribía el viejo Bernard
Shaw, que la única forma de comprar un
afecto, es ir a la tienda de mascotas y adquirir un cachorro. Si
eso es así ya podemos suponer qué será de la búsqueda del respeto, del
reconocimiento continental sobre la base de la dádiva irresponsable o de
la ventaja comercial insensata.
Me parece verlos. Es la próxima
cumbre de jefes de Estado.
LULA: (Para sus adentros) Otra ves. Ahí vienu. Lo que Eu tiene
que calarse, pra levantare os cruçeiros ¿Se habrá puesto desodorainte
contra el mal olore do traspiraçaon?
EL HERMANAZO: ¡Déjame darte
un abrazo del oso bolivariano! Por cierto, hermano Luiz Inacio: ya te pagué
los aviones Tucanos, le otorgué, a dedo, a empresarios de tu país, la
ampliación del Metro, el tercer puente de Angostura y le compré los
quinchonchos a los exportadores de Boa Vista...
Le habíamos
agregado el de forajido internacional a este caso de veras único del
compatriota que aduna todos los pecados del gentilicio, sin ni siquiera
una, de sus virtudes. Pero lo
confesamos. Esto del papel de bolsa de la diplomacia, no se encontraba en
nuestras previsiones.
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