Pedreáñez,
relató que había sido incinerado en su celda de castigo. Los familiares
de este último, acusan al gobierno de sicariato porque, Ochoa, un sargentón
afecto al oficialismo, merodeaba de manera insistente y sospechosa, el
lecho de convaleciente del muchacho. La coartada del infarto como causa
del deceso de un hombre, vigoroso, de escasos 20 años, parece poco creíble
y para mayores males, los médicos tratantes han incurrido en una cadena
de contradicciones que abonan el terreno para las conjeturas.
EL
PRINCIPAL SOSPECHOSO DE UN CRIMEN ES QUIEN SE BENEFICIA DEL MISMO. El
gobierno desde un principio, intentó minimizar las quemaduras del soldado
y después, se hizo evidente que temblaba ante la posibilidad que el
propio Pedreáñez, diese su versión sobre lo acontecido la madrugada del
30 de marzo.
Pero
la revolución forajida es como es. En lugar de disipar las sombras de
responsabilidad por un posible asesinato por encargo, Chávez, emplea lo
que ha sido su estratagema recurrente: acusar a los demás. La siguiente,
fue su versión al conocerse la noticia del deceso: “Es asquerosa la
danza de la muerte que montan las televisoras privadas (…) utilizando el
cadáver de este joven para arremeter contra el Ejército, contra la
Fuerza Armada, contra la verdad, contra la moral”.
LA
ATRIBUCION DE CULPAS AJENASLo
escribía Sartre: “El infierno son los otros”. Los lectores se servirán
no confundir la inclinación de trasladar a los demás nuestras propias
miserias personales aludidas por el citado filósofo existencialista, con
el “¡Al ladrón, atrapen al ladrón!
”
que vociferan los rateros, cuando con plena consciencia de sus crímenes,
emplean el desconcierto para escapar de sus potenciales captores.
No
deja de ser tragicómico, en boca de quien por años estuvo planificando
insurgir y en efecto lo hizo, en dos oportunidades, contra un gobierno
producto de libérrimos comicios. De no ser por un pésimo sentido de
conmiseración que le sobreseyó la causa, a Chávez, le restarían hoy,
10 de mayo de 2004, seis de los 18 años de presidio que le correspondían
–y eso sin sumarle los agravantes- de acuerdo con nuestro Código Penal,
por su participación en los hechos del 4/F. Sin embargo, un hombre que
debería estar bien preso, por golpista, utiliza precisamente ese adjetivo
cada vez que intenta la satanización de sus adversarios.
Jamás,
en parte alguna del mundo, se ha extendido por tanto tiempo el vilo
electoral a causa de un reconteo. Ni de firmas ni de votos. Kennedy y
Nixon estuvieron quince días, para determinar cuál de los dos era el
ganador en la contienda que sostuvieron a comienzos de los 60. Caldera y
Gonzalo Barrios protagonizaron un cabeza a cabeza que se prolongó por una
semana, interminable para quienes la vivimos, y para nombrar otro ejemplo
más reciente, Bush y Gore, dilucidaron en menos de un mes, incluidas idas
y vueltas a la Corte Suprema, cuál de los dos, tenía más delegados para
triunfar en una segunda vuelta.
Aquí,
el oficialismo, ha utilizado no por unas semanas sino por un semestre
entero, toda clase de tretas para frustrar la solicitud de referendo
contra el Presidente. Cuenta para ello, con sus incondicionales de la Sala
Constitucional, del CNE, la Fiscalía General de la República. Pero
cuando Chávez habla sobre este tema, se declara víctima de un fraude
perpetrado por los promoventes del mecanismo constitucional.
Si
funcionarios del Departamento de Estado advierten sobre el regodeo de
nuestro Presidente con “Tiro Fijo”, “Mono Jojoy y demás elementos
del hamponato planetario; si la OEA y la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, levantan acta de la perpetración de delitos contra la
humanidad, igual, lo mismo. Las acusaciones de conchupancia con el
narcoterrorismo, de torturas, de cualquier cosa, se originan en un complot
de la CIA, la oligarquía y sus asalariados en los organismos
multilaterales.
EPILOGO.
El ratero corre a la cabeza de la multitud que lo persigue. “¡Al
ladrón, atrapen al ladrón!” vocifera para confundir, mediante el viejo
ardid del delito barriobajero. Mofletudo y lento a causa del peso de sus
bolsillos, más temprano que tarde, lo atraparán sin remedio. Además,
hasta en el mundo del hampa para que los trucos funcionen, hay que gozar
de un mínimo de credibilidad.
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